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💭 APROXIMACIÓN FILOSÓFICA A LA SOLEDAD EN MIGUEL DE UNAMUNO 💭

¡Hola, lazarillos y lazarillas! Hace unas semanas impartí una conferencia para la Asociación Amigos de Unamuno en Salamanca, donde hablé de mi trabajo de fin de grado en Filosofía, titulado Aproximación filosófica a la soledad en Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset (lectura del TFG disponible en Academia.edu):

https://www.academia.edu/37608822/Aproximaci%C3%B3n_filos%C3%B3fica_a_la_soledad_en_Miguel_de_Unamuno_y_Jos%C3%A9_Ortega_y_Gaset

https://amigosdeunamuno.es/la-soledad-en-miguel-de-unamuno/

Para la charla, me preparé una presentación teórica (la podéis descargar pinchando en la portada de esta entrada o al final de esta) en la que también cité varios fragmentos de texto relacionados con las obras que comenté. 

A continuación. os expongo la información ordenada por apartados y, al final de esta entrada encontraréis varios enlaces: mi trabajo de fin de grado en Academia.edu, el PDF de la presentación teórica que preparé para la conferencia donde solo me centro en la figura de Miguel de Unamuno, y el vídeo de la ponencia en YouTube, que fue grabada y dura un total de 58 minutos.


APROXIMACIÓN FILOSÓFICA  A LA SOLEDAD EN MIGUEL DE UNAMUNO




1. Introducción

¿Qué es la soledad?

Justamente porque damos por supuesto su significado, conviene hacerse esta pregunta. La soledad para Miguel de Unamuno es un concepto empírico más que teórico, un sentimiento, vivencia y experiencia personal única e intransferible. Se trata de entender la soledad desde una dimensión ontológica, como un estado básico, una especie de «forma de ser», una concentración y atención sobre sí mismo.

Miguel de Unamuno (1864-1936)

Fue un escritor y filósofo bilbaíno, hijo adoptivo de Salamanca, rector de la Universidad de Salamanca (1931-1936) y diputado en las Cortes republicanas (1931-1933). Perteneció a la Generación del 98 y cultivó una gran variedad de géneros: ensayo, novela, teatro y poesía.

Obras que comentaremos:

  • Soledad (ensayo), 1905.
  • Vida de Don Quijote y Sancho (1905).
  • Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos (1912).
  • Niebla (1914).
  • Soledad (obra de teatro), 1921.
  • San Manuel Bueno, mártir (1931).
  • Diario íntimo (póstumo), escrito ca. 1897, publicado en 1970.

2. El sentimiento trágico de la vida

El problema de la inmortalidad

Para Unamuno, el único problema vital que verdaderamente importa (y le atormenta) es el problema de la inmortalidad¿Qué será de nuestro destino individual y personal (de nuestra conciencia concreta) tras la muerte? Sabernos finitos nos provoca una angustia vital (influencia de Kierkegaard). 

Este sentimiento trágico de la vida es propio tanto de hombres individuales como de pueblos enteros. Es el sentimiento católico de la vidaEl descubrimiento de la muerte nos revela a Dios. 

Dios es un producto social porque se revela a la colectividad, no a los individuos aislados. Dios surgió en la conciencia humana a partir del sentimiento de divinidad. Luego la razón o la filosofía lo convirtió en idea, en algo muerto, prescindiendo de su fondo vital:

Con la razón buscaba a un Dios racional, que iba desvaneciéndose por ser pura idea (...). Y no sentía al Dios vivo, que habita en nosotros, y que se nos revela por actos de caridad y no por vanos conceptos de soberbia. Hasta que llamó a mi corazón, y me metió en angustias de muerte.
Miguel de Unamuno (1981). Diario íntimo (Cuaderno 1), p. 15. Madrid, Alianza Editorial.

No podemos concebir al Dios vivo como puro individuo, como proyección de un yo solitario y abstracto fuera de sociedad:

Mi yo vivo es un yo que es en realidad un nosotros; mi yo vivo, personal, no vive sino en los demás, de los demás y por los demás yos, (...) y Dios, proyección de mi yo al infinito —o más bien yo proyección de Dios a lo infinito― es también muchedumbre.
Miguel de Unamuno (2013). Del sentimiento trágico de la vida, p. 215. Madrid, Alianza Editorial.

El Dios unamuniano no es contemplativo sino activo, un Dios concreto y personal que sufre, anhela, obra y crea. El Dios humano es proyección de nuestra conciencia a la Conciencia del Universo. En cambio, el Dios lógico carece de riqueza interior; es pura idea carente de vida. El racionalismo concibe a Dios como una idea, como algo impersonal. En cambio, el vitalismo siente e imagina  Dios como Conciencia colectiva e infinita, como persona (o más bien como una sociedad de personas).


El anhelo de eternidad

Según nos adentramos en nosotros mismos, vamos descubriendo nuestra propia inanidad, y al sentir la propia nada, nos compadecemos de nosotros mismos y nos amamos dolorosamente:

Quiero consuelo en la vida y poder pensar serenamente en la muerte. (p. 26)

Yo era el centro del universo, y es claro, de aquí ese terror a la muerte. Llegué a persuadirme de que muerto yo se acababa el mundo. (p. 36)

Mi terror ha sido el aniquilamiento, la anulación, la nada más allá de la tumba. ¿Para qué más infierno, me decía? Y esta idea me atormentaba. En el infierno —me decía— se sufre, pero se vive, y el caso es vivir, ser, aunque sea sufriendo. (p. 41)

Yo por mí soy nada, verdadera nada: cuanto hay en mí de ser es divino, de Dios cuanto de ser tengo. Y abandonado de Dios sentiré mi propia nada, y esta eterna visión de mi nada sería eterno tormento, muerte eterna.
Es preciso intentar de vez en cuando concebirse y sentirse no siendo. De este horror se saca temor de Dios y esperanza. (p. 83)
Miguel de Unamuno (1981). Diario íntimo (Cuadernos 1 y 2). Madrid, Alianza Editorial.

El hombre experimenta una contradicción íntima: el dolor por saber que ha de morir y la voluntad de no querer morir. De este amor o compasión de nosotros mismos pasamos a compadecer o amar a nuestros semejantes (amor universal). Se descubre que el Universo es persona también y que tiene una Conciencia que a su vez sufre, compadece y ama. A esa Conciencia eterna e infinita del Universo es a lo que llamamos Dios, que es la personalización del Todo. Personalizamos al Todo para salvarnos de la nada, para salvar nuestra conciencia de la muerte. 

Dios está en nosotros por nuestra hambre de Él (hambre de divinidad), por el anhelo vital de perpetuar el alma humana. Según Unamuno, en el fondo anhelamos poseer a Dios más que ser poseídos por Él, hacernos Dios (eternizarnos) sin dejar de ser lo que somos ahora; en palabras de Spinoza, perseverar en nuestro ser, en nuestra sustancia:

«Eritis sicut dii» («Seréis como dioses». Génesis 3: 5), así tentó el demonio a nuestros primeros padres. Ser Dios, —tal es la aspiración del hombre.
Miguel de Unamuno (1981). Diario íntimo (Cuaderno 2), p. 73. Madrid, Alianza Editorial.

La angustia vital ante la propia finitud nos lleva a creer en Dios, no la necesidad racional. Lo necesitamos para que no nos deje morir del todo. Creer en Dios es querer que existaLa inmortalidad que anhelamos es corporal, una continuación de esta vida, de nuestra conciencia personal concreta. La fe en el Dios personal conlleva la fe en la eternización del hombre individualLa religión es anhelo de totalizarse. Y el catolicismo es la institución que protege la fe en la inmortalidad y garantiza la salvación personal en alma y cuerpo.

La fe creadora

El amor a Dios, nuestra fe en Él, es esperanza en la vida eterna. Creamos un Dios antropomórfico (a nuestra imagen y semejanza). Dios es la proyección del hombre al infinitoLa conciencia individual (cada uno de nosotros) sale de sí mismo para sumergirse en la Conciencia total (en su Yo supremo), pero sin disolverse en ella, sin perder su individualidad.


Con este anhelo de inmortalidad de carácter personal y vitalista, Unamuno se rebela contra la razón:

Todo lo vital es antirracional, no ya solo irracional, y todo lo racional, antivital.
Miguel de Unamuno (2013). Del sentimiento trágico de la vida, p. 63. Madrid, Alianza Editorial.

Todo lo racional es antivital porque la razón se atiene a la lógica y a los hechos, pero descuida nuestros anhelos y no satisface nuestras necesidades afectivas y volitivas. Lejos de satisfacer nuestra hambre de inmortalidad, la razón la contradice. Así como la razón combina y analiza, la fe creaEl instinto de conocer y el instinto de vivir entran en lucha. Razón y vida (filosofía y religión, el saber y la fe) son dos enemigos en trágico combate cuya paz es imposible:

Solo vivimos de contradicciones, y por ellas: como que la vida es tragedia, y la tragedia es perpetua lucha, sin victoria ni esperanza de ella; es contradicción.
Miguel de Unamuno (2013). Del sentimiento trágico de la vida, p. 41. Madrid, Alianza Editorial.

Así pues, querer no morirse es la base de la rebeldía del sentimiento surgido de la inconformidad con la razón.


3. El sentimiento de la soledad

Saber que vamos a morir nos provoca angustia vitalPor ello, tememos la soledad y buscamos constantemente la compañía de los otros. La sociedad es la salida para huir de la propia conciencia:

Se busca la sociedad no más que para huirse cada cual de sí mismo, y así, huyendo cada uno de sí, no se juntan y conversan sino sombras vanas, miserables espectros de hombres. Los hombres (...) nunca estén más de veras solos que cuando están reunidos, ni nunca se encuentren más en compañía que cuando se separan.
Miguel de Unamuno (1962). Soledad, p. 34. Colección Austral. Madrid, Espasa-Calpe.


En su obra teatral Soledad (1921), Unamuno representa una soledad absorbente y exclusivista que no admite rival. Agustín es el protagonista, un dramaturgo que se siente Dios porque es capaz de crear y destruir los sentimientos del público en el escenario. Agustín quiere vivir solo con su Soledad, su esposa, quien es su inspiración a la hora de crear. Soledad es posesiva y celosa, lo quiere todo para sí. 

Agustín es arrastrado a la vida política (=sociedad), donde espera volver a Ser Dios y crear pueblo, igual que ha creado sentimientos en el teatro. Sin embargo, Agustín se desengaña de la vida política, de la realidad, y se oculta en casa, vuelve al sueño. Se retira a su vida privada, a su intimidad, a su soledad y con su soledad:

Sol, Soledad... (...) Me bastas tú, (...) mi todo... (...) No quiero amigos... no quiero pueblo ni público...
Miguel de Unamuno (1954). Teatro. Fedra, Soledad, Raquel encadenada, Medea, p. 135. 
Prólogo de Manuel García Blanco. Barcelona, Editorial Juventud.

Agustín ha sido poseído por Soledad y esta se convierte en su esencia. Dice Soledad: yo soy más él que él mismo. Al final de la obra, Agustín queda convertido a un sueño aferrado a Soledad, a la soledad

No obstante, el ser humano ni vive solo ni es individuo aislado, sino que es miembro de la sociedad:

Como nadie vive aislado, nadie puede sobrevivir aislado tampoco. Pensamos con los pensamientos de los demás y con sus sentimientos sentimos.
Miguel de Unamuno (2013). Del sentimiento trágico de la vida, p. 300. Madrid, Alianza Editorial.

El individuo se mantiene por el instinto de perpetuación de la sociedad. Por tanto, la sociedad opera como condición de posibilidad de la individualidad. El individuo, movido por el mero instinto de conservación, tendería a la destrucción y a la nada si no fuese por la sociedad. Esta le da el instinto de perpetuación, lo empuja a persistir, a inmortalizarse, al todo:

Hay que perderse en esa nada que nos aterra para llegar a la vida eterna y serlo todo. Solo haciéndonos nada, llegaremos a serlo todo; solo reconociendo la nada de nuestra razón, cobraremos por la fe el todo de la verdad. 
Miguel de Unamuno (1981). Diario íntimo (Cuaderno 1), p. 56. Madrid, Alianza Editorial.

En su ensayo titulado Soledad (1905), Unamuno considera que es necesario sacudir y lanzar a los hombres unos contra otros para que se les rompan las costras y se les mezclen y confundan las ideas y sentimientos. Solo así se formará el verdadero espíritu colectivo, el alma de la humanidad.

Y es justamente el dolor, que es universal, el que empuja unos seres hacia otros y los hace amarse. La caridad es el impulso de libertarse y liberar a todos nuestros prójimos del dolor:

Vas a libertar a tu hermano, porque sientes que hace él esfuerzos por libertarse o porque te llegan sus quejas, y las quejas son ya deseo de verse libre, y el deseo de verse libre es principio de libertarse y cuando él siente que empiezas a querer libertarle, redobla sus esfuerzos por hacerse libre, y redoblas tú los tuyos; le oyes arañar el muro de su prisión, y empiezas a golpear en él desde fuera, y cuando oye tus golpes, golpea él, y tú arrecias y él arrecia, y vas, él desde adentro, y tú desde afuera, trabajando en una misma obra. Y es lo más consolador que mientras golpeas en su costra, como lo haces con la tuya, tanto trabajas por romper la de él como por romper la tuya propia, y él a su vez, mientras golpea en la suya, da golpes en la tuya. Y así toda redención es mutua. 

Miguel de Unamuno (1962). Soledad, p. 45. Colección Austral. Madrid, Espasa-Calpe.

Los hombres en sociedad funcionan recubiertos por un caparazón y, como mucho, se rozan. Vivimos separados los unos de los otros, cada uno dentro de su costra y sin poder romperla. Necesitamos trabajar conjuntamente (nosotros desde dentro y los demás desde fuera) para liberarnos de nuestra prisión (=aislamiento):

Los más de los gemidos que atravesando la costra de tu prójimo y tu propia costra te llaman al oído, no son más que lamentos de tu hermano, porque se encuentra preso y no puede salirse de sí.

Miguel de Unamuno (1962). Soledad, pp. 41-42. Colección Austral. Madrid, Espasa-Calpe.

Ese caparazón que nos aísla se reduce y se rompe en soledad. Nos sentimos realmente hermanos a través de la soledad:

Solo la soledad nos derrite esa espesa capa de pudor que nos aísla a los unos de los otros; solo en soledad nos encontramos; y al encontrarnos, encontramos en nosotros a todos nuestros hermanos en soledad. (p. 32)

El verdadero diálogo es el que haces contigo mismo a solas. Únicamente en soledad puedes conocerte a ti mismo como a prójimo y ver en tus prójimos otros yos:

Nuestra vida íntima, nuestra vida de soledad. es un diálogo con los hombres todos.

Miguel de Unamuno (1962). Soledad, p. 33. Colección Austral. Madrid, Espasa-Calpe.

Así pues, la soledad es la gran escuela de sociabilidad.

El sentimiento de soledad radical es el de encontrarse profundamente solo en el mundo incluso estando rodeado de gente. El verdadero solitario es el loco, el incomprendido por la sociedad, el que es diferente por tener valores individuales. El solitario lleva una sociedad entera dentro de sí; dice en voz alta lo que a solas piensan todos:

El genio es la muchedumbre individualizada, es un pueblo hecho persona. El que tiene más de propio es, en el fondo, el que tiene más de otros; es aquel en quien mejor se une y concierta lo de los demás.

Miguel de Unamuno (2013). Del sentimiento trágico de la vida, p. 43. Madrid, Alianza Editorial.

Para Unamuno, el modelo es la humanidad, esto es, una sociedad de individuos con sus propias conciencias. La autoconciencia de la finitud es individual, pues cada uno la siente desde la soledad. 

Como realmente no hay posibilidad de huir de este problema, se convierte en trágico. Pero el remedio no es evitar la angustia que nos provoca ser conscientes de nuestra propia muerte, sino enfrentarla. Por consiguiente, la soledad está íntimamente ligada al sentimiento trágico de la vida.

El anhelo de inmortalidad nos recuerda al non omnis moriar horaciano ('no moriré del todo'), esto es, seguir «vivo» a través de la proyección en los otros, pervivir en la memoria colectiva. Pero a Unamuno no le importa tanto la fama, el renombre o el recuerdo inmortalizado de su persona, sino algo vitalmente más angustioso: qué será de su propia conciencia tras la muerte:

Cuando esa idea de la muerte, que hoy paraliza mis trabajos y me sume en tristeza e impotencia, sea la misma que me impulse a trabajar por la eternidad de mi alma, no por inmortalizar mi nombre entre los mortales, entonces estaré curado.

Miguel de Unamuno (1981). Diario íntimo (Cuaderno 2), p. 70. Madrid, Alianza Editorial.

En el sueño del mundo todo es una feria de mutuas alabanzas. un dar gloria para recibir gloria, y declarar inmortal a tal o cual hombre. 

Miguel de Unamuno (1981). Diario íntimo (Cuaderno 2), p. 71. Madrid, Alianza Editorial.

Vive en nosotros el recuerdo de las personas queridas que se nos han muerto; pero al morir nosotros, ¿morirá ese recuerdo? Moriremos nosotros, quedará nuestro recuerdo en la tierra. ¿Qué es ese recuerdo? Y al morir las personas que guarden piadosa memoria de nosotros, morirá en la tierra nuestro recuerdo.

Miguel de Unamuno (1981). Diario íntimo (Cuaderno 1), p. 25. Madrid, Alianza Editorial.

¡Dejar un nombre! Efectivamente, dejarlo, y no llevárselo consigo. ¡Dejar un nombre en la historia! ¡Qué locura junto a llevarse un alma a la eternidad! Parece imposible que se ame más al nombre que a sí propio. He aquí otra forma de esa mortal esclavitud que hace sacrifiquemos nuestra realidad a la apariencia que de nosotros hay en las mentes ajenas, que sacrifiquemos nuestro propio ser al concepto que de nosotros se ha formado el mundo. 

Miguel de Unamuno (1981). Diario íntimo (Cuaderno 2), pp. 95-96. Madrid, Alianza Editorial.

Dejo un nombre, ¿qué es más que un nombre¿ ¿Qué seré más que los personajes ficticios que he creado en mis invenciones? ¿Qué es hoy, en la tierra, Cervantes más que Don Quijote?

Miguel de Unamuno (1981). Diario íntimo (Cuaderno 1), p. 26. Madrid, Alianza Editorial.

En Niebla (1914), Unamuno juega con esta idea de la relación entre realidad y ficción, entre vida y literatura, temática que recupera de Miguel de Cervantes. Es un juego metaliterario:

[Augusto]: «¡Yo no puedo morirme; solo se muere el que está vivo, el que existe, y yo, como no existo, no puedo morirme..., soy inmortal! No hay inmortalidad como la de aquello que, cual yo, no ha nacido y no existe. un ente de ficción es una idea, y una idea es siempre inmortal...». (...) Los inmortales no vivimos, y yo no vivo, sobrevivo; ¡yo soy idea!, ¡soy idea!

Miguel de Unamuno (1987). Niebla, p. 288. Madrid, Ediciones Cátedra.

Al final de la novela (o nivola, como la llama nuestro autor), el narrador-personaje (Unamuno «real», de carne y hueso) dialoga en sueños con su personaje de ficción (Augusto), que finalmente ha decidido quitarse la vida tras el encuentro con su creador en Salamanca:

[Augusto a Miguel de Unamuno]:

—(...) Con eso que usted llama entes de ficción; es fácil darnos ser, acaso demasiado fácil, y es fácil, facilísimo, matarnos, acaso demasiadamente demasiado fácil; pero ¿resucitarnos?, no hay quien haya resucitado de veras a un ente de ficción que de veras se hubiese muerto. ¿Cree usted posible resucitar a Don Quijote? —me preguntó.

—¡Imposible! —contesté.

—Pues en el mismo caso estamos todos los demás entes de ficción.

—¿Y si te vuelvo a soñar?

—No se sueña dos veces el mismo sueño. Ese que usted vuelva a soñar y crea soy yo será otro. (...) mire usted, mi querido don Miguel, no vaya a ser que sea usted el ente de ficción, el que no existe en realidad, ni vivo ni muerto; no vaya a ser que no pase usted de un pretexto para que mi historia, y otras historias como la mía, corran por el mundo. Y luego, cuando usted se muera del todo, llevemos su alma nosotros. No, no, no se altere usted, que aunque dormido y soñando aún vive. Y ahora. ¡adiós!

Miguel de Unamuno (1987). Niebla, pp. 295-296. Madrid, Ediciones Cátedra.


4. Don Quijote, el «caballero de la fe»

Vida de Don Quijote y Sancho (1905) es considerada la mejor autobiografía íntima de un español contemporáneo. En esta obra, Unamuno expone tanto sus interpretaciones personales de la lectura del Quijote como su apasionado sentir y pensar sobre España. Según él, en la figura de Don Quijote se encierra el alma inmortal del pueblo español.

La figura cómicamente trágica de Don Quijote personifica el ansia de inmortalidad. Este héroe de ficción y de acción alcanza su inmoralidad «poniéndose en ridículo»; con su locura afronta el ridículo. La locura quijotesca es sentimiento, no entiende de lógica. Los que se rigen por el sentido común o la razón son incapaces de comprender la locura heroica del «caballero de la fe». El loco no se rige por las normas sociales; es un solitario. Y justamente el valor de los grandes solitarios es enseñar a los demás el valor de la soledad.

El loco no es el que no ve, sino el que quiere ver otra cosa. El loco es la figura personificada del sentimiento, y vivir en el sentimiento es ser un solitario. El quijotismo es locura, esperanza en lo absurdo racional. 

La base de la locura y de la acción del Quijote unamuniano son las ansias de renombre y fama, las ansias de no morir, de vivir en la memoria de la gente, producto de un invencible horror a la nada. Don Quijote es un desesperado, y solo desde la desesperación nace la esperanza heroica, absurda y loca. La misión de Don Quijote es clamar en el desierto, aunque esa voz solitaria se convierte en una semilla de esperanza:

Y Don Quijote, que estaba solo, buscaba más soledad aún, buscaba las soledades de la Peña Pobre para entregarse allí, a solas, sin testigos, a mayores disparates en que desahogar el alma. Pero no estaba tan solo, pues le acompañaba Sancho. (...) Solo anduvo Son Quijote, solo con Sancho, solo con su soledad. 

Miguel de Unamuno (2013). Del sentimiento trágico de la vida, pp. 372-373. Madrid, Alianza Editorial.

Al principio, Sancho reniega de la locura de su amo, pero poco a poco Sancho se quijotiza, se contagia del ideal. Al final, Sancho está tan quijotizado que ya no puede vivir sin el ideal, pues le invadiría el miedo al verse solo ante la pérdida de la fe, solo ante la cordura. Sancho va conquistando entre tumbos y desalientos su fe, emprendiendo una lucha interior contra su sentido común.

La locura/fe de Don Quijote se contagia, y por ello es creadora, porque la fe y la voluntad crean mundo. Sancho es ejemplo de racionalidad que duda de su razón. Pero hay que aceptar el conflicto entre razón y fe y vivir de él, pues de la desesperación, incertidumbre, dolor y lucha puede surgir esperanza y ser una fuente de acción. 

No obstante, Unamuno no se centra tanto en comprender a Cervantes y a sus personajes sino en expresar su apasionado sentir y pensar sobre España en su íntima y angustiosa lucha. Ante las tranquilas vidas de la muchedumbre española de la época, Unamuno quiere encender cualquier forma de locura o fe, quiere despertar cualquier ideal o pasión por algo. El objetivo del Quijote unamuniano sobre el pueblo español es despertar a un pueblo que está dormido desde la religión, pero no la del evangelio, sino desde la religión del Quijote


5. La moral del solitario

Según Unamuno, hay que sentir y conducirse en la vida como si nos estuviese reservada una continuación sin fin de nuestra existencia. Es una moral individual cuya fórmula ética sería la siguiente:

Obra de modo que merezcas a tu propio juicio y a juicio de los demás la eternidad, que te hagas insustituible, que no merezcas morir. (...) Obra como si hubieses de morirte mañana, pero para sobrevivir y eternizarte.

Miguel de Unamuno (2013). Del sentimiento trágico de la vida, p. 308. Madrid, Alianza Editorial.

En definitiva, se trata de vivir como si no fueras a morir. Hemos de obrar de modo que nuestra aniquilación sea una injusticia, hemos de pelear quijotescamente contra el destino aun sin esperanza de victoria: Con razón, sin razón o contra ella, no me da la gana de morirme (p. 168). Nuestra marca personal se deja obrando sobre nuestros prójimos para eternizarnos en ellos:

Cada hombre es, en efecto, único e insustituible; otro yo no puede darse; cada uno de nosotros vale por el Universo todo. 

Miguel de Unamuno (2013). Del sentimiento trágico de la vida, pp. 314-315. Madrid, Alianza Editorial.

Pero para poder adueñarse del prójimo y eternizarse en él, es preciso conocerlo y quererlo: 

Amar al prójimo es querer que sea como yo, que sea otro yo, es decir, es querer yo ser él; es querer borrar la divisoria entre él y yo. (p. 325)

El sentimiento de solidaridad parte de uno mismo:

como soy sociedad, necesito adueñarme de la sociedad humana; como soy un producto social, tengo que socializarme, y de mí voy a Dios —que soy yo proyectado al Todo—y de Dios a cada uno de mis prójimos.

Miguel de Unamuno (2013). Del sentimiento trágico de la vida, p. 325. Madrid, Alianza Editorial.

Unamuno se aleja de la moral del individualismo anárquico del «cada uno para sí», esto es, que el individuo se recluya en sí mismo y no quiera que los demás penetren en su esfera ni él penetrar en la de los demás. Cuando el individuo se aísla de los demás, empequeñece y perece. El individuo se siente en la sociedad, en Dios, y busca perpetuarse en los demás, eternizar su espíritu:

porque cuanto más soy de mí mismo, y cuanto soy más yo mismo, más soy de los demás; de la plenitud de mí mismo me vierto a mis hermanos, y al verterme a ellos, ellos entra en mí.

Miguel de Unamuno (2013). Del sentimiento trágico de la vida, p. 331. Madrid, Alianza Editorial.

Esta es la dimensión ética del sentimiento trágico de la vida: entregar tu propio espíritu para salvarlo y eternizarlo. Es una moral basada en el individuo, que debe vivir en la sociedad, pero teniendo como base la individualidad. Pero entregarse a los demás supone imponerse, por lo que, en el fondo, la verdadera moral religiosa es agresiva e invasora. Don Quijote es el claro ejemplo de la moral del sentimiento trágico, de la ética que tiene el solitario.


6. La crisis de fe

La contradicción entre razón y fe/vida inunda toda la filosofía de Unamuno y se refleja en sus reiteradas crisis de fe personales:

heme hallado con una fe que más que en creer ha consistido en querer y creer. (pp. 47-48)

Anoche, sábado santo, a la hora de los ejercicios lucha interior. (...) Una sequedad enorme. Hoy domingo de resurrección y yo no he resucitado todavía a la comunión de los fieles. (p. 51)

Miguel de Unamuno (1981). Diario íntimo (Cuaderno 1). Madrid, Alianza Editorial.

Creer es querer creer, y creer en Dios es querer que lo haya. Creer en la inmortalidad del alma es querer que el alma sea inmortal, por encima de la razón:

Padezco una descomposición espiritual, una verdadera pulverización bajo la cual palpita la  voluntad de mi mente, su fuerte deseo de creer, de creer en sí, en que no se aniquila. (p. 22)

Dame fe, Dios mío, que si logro fe en otra  vida, es que la hay. (p. 26)

Miguel de Unamuno (1981). Diario íntimo (Cuaderno 1). Madrid, Alianza Editorial.

Cristo ha resucitado en mí, para darme fe en su resurrección (...). Hace un año hubiera dicho que tan milagroso habría de ser el que volviese yo a creer en el Hombre Dios como el que hubiese resucitado. Dame, Señor, absoluta fe y ella será la prueba de sí misma y de su verdad.

Miguel de Unamuno (1981). Diario íntimo (Cuaderno 2), p. 53. Madrid, Alianza Editorial.

La humildad de obediencia no se satisface con la obediencia de acto ni de voluntad, necesita la de mente. No debo obedecer la ley hasta creer en ella como el pueblo, es una comunión de mentira. Más que creer, quiero creer. 

Miguel de Unamuno (1981). Diario íntimo (Cuaderno 2), p. 67. Madrid, Alianza Editorial.

San Manuel Bueno, mártir (1931) puede considerarse como una síntesis del pensamiento unamuniano. De hecho, es considerada el testamento espiritual de Unamuno.

La novela relata la vida de don Manuel, un cura de aldea entregado plenamente a su pueblo. Se hace presente el sentimiento trágico de la existencia y la angustiosa dialéctica entre fe y duda. Manuel asume esta lucha y se la guarda para sí, convirtiéndose así en mártir porque sufre la duda él solo por toda la comunidad:

«Pero, don Manuel, la verdad, la verdad ante todo», él temblando, me susurró al oído (...): «¿La verdad? La verdad, Lázaro, es acaso algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir con ella (...). Yo estoy para hacer vivir a las almas de mis feligreses, para hacerlos felices, para hacerles que se sueñen inmortales y no para matarlos. Lo que aquí hace falta es que vivan sanamente, que vivan en unanimidad de sentido, y con la verdad, con mi verdad, no vivirían. Que vivan. Y esto hace la Iglesia, hacerlos vivir. ¿Religión verdadera? Todas las religiones son verdaderas en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir (...). ¿Y la mía? La mía es consolarme en consolar a los demás, aunque el consuelo que les doy no sea el mío».

Miguel de Unamuno (1991). San Manuel Bueno, mártir, pp. 122-123. Madrid, Ediciones Cátedra.


7. Conclusiones

El gran problema se reduce a ese sentimiento trágico de cada hombre y, en general, de pueblos enteros, pues es algo universal que todos comparten. 

En la filosofía de Unamuno siempre está presente el inevitable y angustioso conflicto trágico, la lucha o contradicción (entre razón y fe/vida, entre idea y sentimiento, entre filosofía y religión, entre locura y cordura, entre individualidad y sociedad, entre lo auténtico y lo inauténtico).

La figura heroica que mejor representa este «tragicismo» unamuniano es Don Quijote, héroe trágico por excelencia. Su heroicidad se basa en su voluntad: la persistencia en la lucha por ganar sentido y su esperanza en lo absurdo racional. Ante todo, el quijotismo es una religión.

De ese sentimiento trágico y agónico de la vida se extrae una forma de sentir y actuar, una moral individual; vivir como si no fueses a morir, para eternizarte y salvarte. Unamuno recurre al amor y la solidaridad basada en el dolor (piedad cristiana) para compadecernos de nosotros mismos y de los demás y querer salvar todo lo que sufre. 

El hombre no vive aislado sino en sociedad, pero ha de vivir desde su auténtico sí mismo:

No de ellos [de los demás], de mí tengo que responder. Libertad, libertad, libertad. (...) Hay que vivir en la realidad de sí mismo y no en la apariencia que de nosotros se hacen los demás; en nuestro propio espíritu y no en el concepto ajeno.

Miguel de Unamuno (1981). Diario íntimo (Cuaderno 2), p. 87. Madrid, Alianza Editorial.

La soledad es la conquista de esa autenticidad en lucha contra lo social, que nunca desaparece. Pero la soledad no se piensa, se siente; es una vivencia personal, inefable  intransferible. La soledad no es un estado físico, no se debe confundir con el aislamiento, esto es, estar solo sin compañía alrededor. La soledad es la mejor forma de conocer al prójimo.

Traicionar a ese sí mismo (=autenticidad), que se da exclusivamente en soledad, es entregarse a la sociedad, dejarse llevar por la vida como un «parásito espiritual». Unamuno parte de lo individual para llegar a lo universal: opta por una soledad inclusiva: «Yo soy el mundo». El otro aparece como parte del mundo que se ha de conquistar.

El punto de partida es la finitud y el punto de llegada es la infinitud, la totalidad. Su apuesta por el todo o nada es la expresión polémica del conflicto interno entre la congoja ante la inanidad y el anhelo de totalidad. Se trata de una lucha por escapar de la nada y salvar nuestra existencia, proyectándola al infinito:

Más, más y cada vez más: quiero ser yo, y sin dejar de serlo, ser además los otros, adentrarme a la totalidad de las cosas visibles e invisibles, extenderme a lo ilimitado del espacio y prolongarme a lo inacabable del tiempo; de no serlo todo y por siempre, es como si no fuera, y por lo menos ser todo yo, y serlo para siempre jamás. Y ser todo yo, es ser todos los demás. ¡O todo o nada!

Miguel de Unamuno (2013). Del sentimiento trágico de la vida, p. 68. Madrid, Alianza Editorial.

En definitiva, se trata de una batalla contra la finitud intentando lograr la infinitud, y para eso hemos creado a Dios. La fe en Dios consiste en la necesidad de dar finalidad a la existencia.


8. Bibliografía

Miguel de Unamuno (1954). Teatro. Fedra, Soledad, Raquel encadenada, Medea. Barcelona, Editorial Juventud.
―(1962). Soledad. Colección Austral. Madrid, Espasa-Calpe.
―(1981): Diario íntimo. Madrid, Alianza Editorial.
―(1987). Niebla, Madrid, Cátedra.
―(1991). San Manuel Bueno, mártir. Madrid, Cátedra.

―(2013). Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos. Madrid, Alianza Editorial.

 

VÍDEO DE LA CONFERENCIA: pincha en la siguiente imagen o enlace para visualizar el vídeo en YouTube:

Torre de los Anaya, Salamanca


NOTA DE PRENSA CADENA SER ONTINYENT (Comunitat Valenciana):

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